No
sé si soy un pirata de sangre caliente o un bucanero de puerto incierto, pero
lo cierto es que navego con el mando a distancia como timón, buscando orillas
donde las noticias no me arponeen el ánimo.
En
este mar agitado, donde el mundo —guste o no a EEUU— se ha vuelto multipolar
(nada que ver con el poliamor, aunque la tentación siempre esté ahí), me debato
entre COMPLEMENTAR o SUSTITUIR la información que recibo… o
bien sumergirme como un pez tímido y evitar la superficie.
Dicen que, en la cartografía de la infidelidad que los hombres
preferimos COMPLEMENTAR y las
mujeres SUSTITUIR. No sé si es o
no cierto. Si traslado esa lógica de alcoba a la política, admito que a menudo
entro en MODO ERÓTICO: me abro a
travesías nuevas, a caricias de ideas, a sensaciones que rozan lo prohibido y
me arrancan —aunque sea un instante— y así atajo la áspera realidad que los
poderosos nos imponen como grilletes invisibles. Y sí, funciona como el mejor
de los afrodisíacos.
Cuando recupero el pulso tras tanto infortunio y dejo caer el mando del
televisor sobre la mesa como un sable en reposo, respiro hondo y me lanzo otra
vez al abordaje del activismo. Confío en que las endorfinas que, en un día luminoso, descubrí en
agradable compañía del sexo opuesto, como buenas aliadas de cubierta, me ayuden
a luchar contra la sal corrosiva del odio y contra las corrientes mortales que
quieren hundirnos.
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