El exministro Jordi Sevilla ha anunciado su intención de promover una alternativa interna en el PSOE frente a lo que denomina la “podemización” del partido. Conviene empezar dejando algo claro: en el PSOE, como en cualquier organización democrática, todo afiliado tiene pleno derecho a expresar sus ideas y a organizar corrientes de opinión. Yo mismo -un moderado-, pertenezco a Izquierda Socialista, una corriente histórica y plenamente integrada en el partido.
Dicho esto, discrepo frontalmente del
planteamiento de Jordi Sevilla. Por lo leído hasta ahora, su propuesta parte de
un diagnóstico erróneo y, me temo, deliberadamente sesgado: la idea de que el
PSOE habría abandonado la socialdemocracia para abrazar una supuesta deriva
“izquierdista” bajo el liderazgo de Pedro Sánchez.
A falta de un manifiesto concreto —que, por
cierto, aún está por escribirse—, conviene recordar un hecho incontestable: el
PSOE, hoy, se sitúa plenamente dentro de las coordenadas de la socialdemocracia
europea. No solo por su acción de gobierno, sino por su pertenencia al Partido
de los Socialistas Europeos y a la Internacional Socialista. Sostener lo
contrario no es una opinión respetable: es una falacia política.
Todo apunta a que esta operación responde más a
claves internas que a un debate ideológico honesto. Se inscribe en una
estrategia ya conocida, impulsada mediáticamente por algunos exdirigentes del
socialismo del siglo pasado, que no han aceptado ni el tiempo histórico ni las
mayorías sociales actuales. A ello se suma la reaparición intermitente —cual
ojos del Guadiana— de proyectos como el de Izquierda Española,
promocionados en determinados platós y foros como si fueran alternativas
reales, cuando en realidad carecen de arraigo social y militante.
Calificar la acción del Gobierno de España —y la
de comunidades autónomas y municipios gobernados por el PSOE por decisión libre
de la ciudadanía— como fruto del “populismo” no es una crítica política: es una
distorsión consciente de la realidad. Es negar la legitimidad democrática de
políticas públicas que han sido respaldadas en las urnas.
Conviene recordar, además, que el PSOE no es un
bloque monolítico. En su seno conviven, al menos, tres tradiciones: la
socialdemócrata, la socioliberal y la socialista. La cuestión relevante no es
si existen, sino cuál se pretende impulsar y al servicio de qué mayorías
sociales. Porque lo que resulta profundamente irresponsable es ignorar el
verdadero contexto político: democracias liberales amenazadas por la extrema
derecha, con Vox marcando agenda y un Partido Popular que ha abandonado
cualquier rastro de socialcristianismo para competir en radicalidad.
Negar este escenario, o mirar hacia otro lado, no
es moderación: es ceguera política.
En definitiva, esta operación tiene mucho menos
que ver con la defensa de la socialdemocracia y mucho más con una carrera de
galgos interna, desconectada de los problemas reales del país y de la
confrontación ideológica que hoy se libra en Europa. Y eso, para un partido
como el PSOE, no solo es estéril: es peligroso.

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