Ahora, tras varios días de investigar y fundamentalmente escuchar a los que saben de esto, digamos que se perfila una nueva fase. Como dice Carles Manera en “La hormiga no es tan hormiga; la cigarra, tampoco” toca canalizar los recursos hacia proyectos que infieran cambios en los modelos productivos y que, junto a esfuerzos en los capítulos de formación y capacitación del capital humano, abran nuevas posibilidades a los mercados de trabajo.
La confirmación de todo esto rubrica: que la Unión Europea ha aprendido de la Gran Recesión; que obstinarse en monsergas calvinistas y luteranas no lleva más que al desastre económico (como pasó en 2008 y siguientes); que alemanes y franceses han tomado también la lección, ya que su fortaleza reside en no debilitar las periferias. Y que, una vez más, la inversión pública va a ser un motor esencial. Todo bien conocido en otros momentos, pero que con demasiada frecuencia se olvida incurriéndose en los mismos errores que portan al precipicio. Errores de algunas hormigas que, con más modestia de la que exhiben, deberían contenerse ante las trayectorias de determinadas cigarras.
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