Desde el PSOE, se declara que Cerdán “no tiene
nada que ver con el Partido Socialista”. Puede parecer una frase demasiado
tajante, pero responde a una lógica clara: en un momento delicado, y el partido
tiene que proteger su hoja de servicios y, sobre todo, su credibilidad ante la
ciudadanía progresista.
Pero más allá del golpe, hay que entender el
contexto. Porque lo que está en juego no es solo una figura concreta, sino un
proyecto político que incomoda a las derechas. No es la primera vez que un
dirigente socialista se ve envuelto en una controversia, como tampoco es nuevo
que la derecha intente convertir errores individuales en crisis de Estado. Lo
realmente preocupante es cómo Feijóo intenta sacar rédito político sin importar
el precio democrático: esta vez, impulsando una moción de censura sin apoyos reales,
con Junts y el PNV dándole la espalda.
Y aquí se revela la contradicción: Feijóo
necesita a Junts para derribar a Sánchez, el mismo partido al que ha llamado
“golpista” y del que renegó públicamente. ¿En qué quedamos? Si tan ilegítimos
son para pactar, ¿por qué buscar ahora su respaldo? Lo que en boca de Sánchez
es “traición”, en Feijóo se convierte en “responsabilidad de Estado”. Es un
doble rasero difícil de digerir para cualquiera que aspire a una política
mínimamente coherente.
En paralelo, dentro del PSOE se abre un debate
interno inevitable. A pocos días del Comité Federal, muchas voces reclaman una
regeneración profunda: nuevos liderazgos, nuevas formas de hacer política, y
una vuelta al contacto real con la militancia y la calle. Es un ejercicio
necesario, porque el partido que más ha hecho por la modernización y los
derechos en este país no puede permitirse el lujo de perder el vínculo con su
base social.
Pero también hay que poner el foco en lo que
está detrás de este nuevo ataque al Gobierno. Pedro Sánchez no es el objetivo
por casualidad. Es el blanco porque representa algo que la derecha no puede
digerir: una izquierda que gobierna con eficacia, que sube el salario mínimo,
que refuerza el escudo social, que apuesta por la convivencia territorial y que
está en sintonía con la mayoría del país. Y eso, para ciertos sectores
económicos, mediáticos y judiciales, es intolerable.
Ya lo hemos visto antes en la historia del
socialismo español. Desde a Pablo Iglesias Posse a José Luis Rodríguez Zapatero
también intentaron destruirlos desde los mismos poderes fácticos. Hoy lo
vuelven a intentar con Pedro Sánchez, utilizando bulos, querellas sin base y
titulares tóxicos. No es crítica legítima: es una campaña orquestada de
descrédito personal. Y lo hacen porque saben que no pueden ganarle limpiamente
en las urnas.
Conclusión. Defender a Pedro Sánchez hoy no es
solo defender a un presidente: es defender un modelo de país donde la política
se hace para la mayoría, no para las élites.
Y
eso, para quienes creemos en una izquierda útil y transformadora, sigue
mereciendo la pena.
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