El peso del pasado reciente de Alemania condiciona su presente diplomático. Mientras tanto, el mundo asiste con impotencia al drama de Gaza, atrapado entre el cálculo político, la crueldad y la indignación moral que crece lentamente en las calles.
La posición del Gobierno alemán respecto a la
guerra en Gaza es, en esencia, el fruto de un complejo de culpa histórico. Y la
culpa es una fuerza poderosa: paraliza, nubla el juicio, nos encierra en
decisiones motivadas por el miedo al error ya cometido, en lugar de guiarnos
por la esperanza de un bien futuro.
Pero no se puede seguir mirando hacia otro lado
ante un genocidio que se televisa día tras día. No se trata ya solo de cifras
ni de geopolítica: lo que ocurre en Gaza y Cisjordania es una tragedia humana
constante, y cada vez percibo con más claridad el hastío y la desesperación en
mi entorno. ¿Cuánto más debe ocurrir para que la muerte deje de campar a sus
anchas en Palestina?
En medio de esta impotencia, me descubro soñando
con un mundo donde el odio sea una "avis rara", una rareza que nos
sorprenda, no una plaga cotidiana. Pero hoy, ese odio parece la octava plaga de
Egipto que faltaba por desatarse.
Sé que lo que voy a decir resulta contradictorio, incluso odioso, pero no puedo evitarlo: deseo la desaparición inmediata de Netanyahu. El gobierno de Israel no son los defensores de la Ley del Talión. Pue eso, que empiece el baile. Trump y Merz tienen mucho que decirnos.
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