11/5/25

NO SE PUEDE SER NEUTRAL

Días atrás, al ver pasar una de tantas procesiones, comenté con ironía: “Si por cada golpe de tambor dado por cualquier cofrade resucitara un palestino, me hubiera sumado con gusto al cortejo. ”Pero el milagro no se hizo carne.

Hace apenas unos días asistimos, simbólicamente, a los funerales del Papa Francisco. Aquel acto congregó a poderosos de toda índole y a personas de buena fe para despedir al Sumo Pontífice, vicario de Cristo, sucesor de San Pedro en el gobierno de la Iglesia Católica, cabeza visible de esta institución y guía espiritual de millones de fieles.

Sin embargo, al contemplar hoy lo que continúa sucediendo en Oriente Próximo, me atrevo a afirmar que ni el catolicismo ni ninguna otra religión parecen tener la fuerza necesaria para detener las guerras, los exilios y los genocidios actuales. Me temo que, aun si todos los seres vivos del planeta —creyentes o no— nos flageláramos como penitentes de San Vicente de la Sonsierra, los poderosos y los tiranos que nos gobiernan no detendrían el saqueo, el expolio ni la muerte que siembran.

Lo digo porque la religión, en muchos casos, no es más que un desdoblamiento deformado de la realidad. Un mundo invertido. Las personas crean a los dioses buscando consuelo espiritual, pero luego se presenta como si fuera un dios quien crea al ser humano y su mundo. Esta inversión nos confunde y nos paraliza. Y así nos va.

Por eso, he dejado atrás la ilusión de que algún milagro traiga la paz a Ucrania, Palestina o Sudán. Prefiero refugiarme en el pensamiento crítico, en los libros que no se doblegan ante dogmas ni supersticiones. Como diría alguien: “Somos hijos del Siglo de las Luces”, cuando la razón, el conocimiento y el impulso modernizador se convirtieron en bandera de una humanidad que aspiraba a superar su oscuridad.

Pero leer no basta. La lectura debe conducir a la acción. Y hoy más que nunca, sigue siendo válida la meta de construir una sociedad mejor, que supere este presente y el futuro distópico que algunos están proyectando.

Porque no hay que mirar muy lejos: en todos los continentes las sociedades están cada vez más fracturadas. La brecha entre quienes tienen y quienes servimos a sus intereses se ensancha, y los de abajo estamos cada vez peor.

En este contexto global, creo que el deber de cualquier persona —por simple instinto de supervivencia— es apoyar todas las causas que busquen frenar este sistema que genera miseria, enfermedad, opresión y muerte para millones en todo el mundo.

Seguramente, habrá quien piense que estoy siendo partidista, o incluso excluyente. Yo no lo creo. Al contrario, hoy más que nunca debemos dar la bienvenida a la participación de toda persona, sin importar su nacionalidad, color de piel o creencias religiosas. Porque lo que enfrentamos no es sólo una guerra comercial: es un intento de sometimiento global, alimentado tanto desde la Casa Blanca como desde el Kremlin.

No hay más que recordar las palabras del propio Papa Francisco, o las del socialista y Secretario General de la ONU, António Guterres, en los últimos años. Ante tanta injusticia, no se puede ser neutral.

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