Repasemos un poco la historia y seamos claros:
El PSOE no tiene su sede pagada con dinero
robado, como sí ocurrió con el PP.
El PSOE no tiene exministros condenados por
corrupción como Matas, Rato o Zaplana.
El PSOE no tiene a su líder apuntado en una
contabilidad B por sobresueldos en billetes de 50 euros.
Y lo más importante: el PSOE no ha sido
condenado como partido por corrupción.
¿Por qué digo esto ahora? Porque, tarde o
temprano, la gente va a tener que elegir entre dos opciones:
·
El PP de Feijóo, apoyado por la ultraderecha.
·
El PSOE, junto con otras fuerzas progresistas e
independentistas.
Esa será la elección, y en ese momento es mejor
tener claro de qué estamos hablando, sobre todo cuando aparece algún cuñado
diciendo que todos los políticos son iguales, que si "corrupción, cocaína
y putas".
No, no todos son iguales.
El PSOE, a diferencia del PP, sabe lo que es pedir perdón. Analiza lo
que ha pasado, reconoce errores, asume las consecuencias y toma medidas. El PP,
en cambio, prefiere mirar para otro lado
y fingir que no ha pasado nada. Mira a Camps, por ejemplo: ahí está, intentando
volver como si lo suyo con los trajes y la corrupción fuera cosa menor. O a
Feijóo resucitando viejas caras del pasado.
Por lo que representa el PSOE –un partido progresista, con una historia de lucha
social y compromiso democrático–, no puede permitirse tolerar la corrupción. Ya sabemos lo
que pasó en los años 90, cuando la corrupción acabó hundiendo al felipismo. Si
Sánchez diera señales de tapar escándalos o proteger a gente corrupta, la militancia no lo permitiría.
Así que calma. Que no cunda el pánico.
Sánchez lleva siete años en Moncloa. Ha tenido
momentos difíciles, sí. Pero si sigue firme contra la corrupción –la real, no
los bulos sobre su mujer, su hermano o el fiscal general–, su disculpa por
haber confiado en quien no debía puede
ser creíble.
Además, Feijóo
no tiene los apoyos suficientes para echarle. Y eso es porque asusta a muchos partidos democráticos,
por un motivo u otro. Tendrá que seguir esperando... si es que Ayuso (Madrid) se
lo permite. Mientras un tal Bonilla (Andalucía) se frota las manos.